9 de junio
El pequinés de la vecina del segundo piso está sentado, solo e inmóvil junto a la puerta de entrada del edificio, atado con su correa a una maceta de adorno. Mira hacia la vereda sin ver, con los ojos perdidos, en estado alfa. Viéndolo así, por un momento se me cruza por la mente si el perro de la vecina no será un ser iluminado. Me pregunto, por otra parte, si un perro de semejante tamaño (estoy seguro de que apenas supera los cuatro kilos de peso) podría matar a una persona si verdaderamente se lo propone. Quiero decir, las veces que lo vi enojado a este perro, parecía realmente enfadado, con sus orejas en punta cual diminutos cuernos satánicos y sus colmillos alistados como mortales puntas de flecha. El perro de la vecina sigue en su Nirvana personal, ajeno por completo a mis elucubraciones. Como aquel tintorero que conocí, que cada dos por tres entraba en estado de trance. Aunque mamá decía que lo del tintorero no era exactamente una iluminación sino que su estado límbico se debía principalmente a la gran cantidad de teanina -amino-ácido capaz de alterar los neurotransmisores del cerebro humano-, que insumía en su té verde. |