2 de junio
Luego de un razonable período de duelo por la cacatúa perdida, la vecina del segundo piso optó por adoptar como mascota a un perro pequinés de lo más desagradable. Sus ladridos de metralla hostigan a cuanto habitante del edificio se le cruce en el camino y se la pasa revolviendo las bolsas de basura en los incineradores. De hecho, es igualito al Perro Fu de cerámica que tienen en el delivery de comida china que hay en la esquina de casa, sólo que el Perro Fu de cerámica es color turquesa y mide un metro de alto mientras que el perro del segundo piso es negro y, con suerte, levanta unos 20 centímetros del piso. Antiguamente, se creía que todos los pequineses eran reencarnaciones del Sagrado Perro Fu, dragón oriental que ahuyentaba a los espíritus diabólicos. En China, eran venerados como semidioses: los plebeyos debían inclinar sus cabezas a su paso y, cuando un emperador moría, sus pequineses eran enterrados con él para que lo acompañasen en la vida de ultratumba. En varias ocasiones, yo mismo consideré la posibilidad de tener una mascota, pero nunca un perro pequinés. Tampoco sapos o caracoles, como cuando era pequeño, sino un lindo y verdadero perro burbuja para que me acompañe en mis paseos ingrávidos. |