5 de junio
Cuando éramos pequeños, mi hermano mayor era para mí el ser más maravilloso del planeta y nada me entusiasmaba tanto como las raras ocasiones en que llamaba para jugar con él. Una de nuestras actividades preferidas, en aquella época, era la de incendiar el buzón de casa, que estaba en la verja de nuestro jardín: prendíamos un fósforo, lo introducíamos por la ranura y veíamos arder el contenido de la caja de hierro (rara vez otra cosa que hojas secas), hasta convertirse en volátiles cenizas. La cuestión era que, aun teniendo cinco años más que yo, a mi hermano le aterrorizaba prender los fósforos. Así que me ordenaba a mí, que apenas contaba cuatro años de edad, tan fundamental cometido. Y yo estaba más que dispuesto a hacerlo, demostrándole así mi fidelidad y devoción incondicional. |