12 de mayo
Odio a mi hermano mayor. Lo odio con toda mi alma. Los otros días, me dijo que yo no era en realidad su hermano porque a mí me habían adoptado nuestros padres. Pero lo dijo sólo por molestarme, como cuando me dijo, aquella vez que me tragué un chicle, que los que se tragaban un chicle se morían. Yo sé que lo de la adopción es mentira. ¿Quién iba a querer adoptar a un niño burbuja? Mi hermana del medio es bastante más soportable, pero está completamente loca. Escribe poesías y, cada dos o tres meses, intenta suicidarse. La última vez, se salió por la ventana de su cuarto y se sentó en el borde de la cornisa. La vecina del segundo piso, que tiene como cien años, vino a avisarnos, completamente indignada, e hizo una queja al consorcio. No soporta más ni la música que yo escucho (ruidismo tibetano) ni a mi hermana. Tampoco soporta a los novios de mi hermana, que se la pasan esperando a que ella vuelva de la facultad sentados en la escalera del edificio, bebiendo cerveza y fumando. Pero papá contraatacó las quejas de la vecina diciendo que en el edificio deberían prohibirle tener esa ridícula cacatúa. Desde que nos mudamos a este edificio, hará cosa de unos seis años, que la vecina tiene esa enorme cacatúa verde y naranja. El bicho, que tiene una de las patas atada a una larga cadena dorada, se la pasa revoloteando por todo el balcón y chillando, en especial a la madrugada, y ya se quejaron al respecto todos los vecinos de la cuadra. Me pregunto cuantos años vivirán las cacatúas y a quién tendremos que sacar muerto primero de nuestro edificio, si a la cacatúa, a la vecina, a mi hermana o a mi hermano por mí asesinado. |