Hoy mamá bajó del ropero una enorme valija llena de calcomanías de lugares exóticos y comenzó a llenarla con sombreros de playa, bronceadores y cremas humectantes. El martes próximo, ella y papá se subirán a un cohete espacial que los conducirá directo hacia las islas Fiji. Yo, en cambio, me quedaré aquí con mi estúpido hermano que seguramente, durante la ausencia de nuestros padres, traerá a vivir a casa a su más-estúpida-aún novia. Para evitar problemas, cuando papá y mamá se van de viaje, mi hermano y yo solemos establecer, al igual que sucedió en Berlín, nuestro propio checkpoint Charlie en el medio de la sala, con estrictísimos sistemas de control a la hora de un eventual cruce territorial. Claro que cuando se establece cualquier línea divisoria, necesariamente se crea un lado correcto y un lado equivocado de la misma. Y no importa lo que haga, yo siempre quedo del lado equivocado. Por ejemplo, el teléfono y la televisión quedan indefectiblemente del lado del muro de mi hermano. Con respecto a mi hermana, en esta guerra fría ella está más allá de cualquier división geopolítica. Primero, porque rara vez está en casa y, segundo, porque su mundo privado queda a 1 000 000 000 de años luz, en las fronteras mismas del cosmos.