30 de mayo
Hace un tiempo decidí comenzar a buscar antecedentes de niños burbuja. Finalmente, ayer encontré un dato sorprendente en un ajado libro de una biblioteca pública de Flores: parece que en 1920 vivió otro niño burbuja. Vivía en la localidad de Mar Azul, en una vieja casona, junto a sus padres ancianos. Los padres casi no salían de la casa. Nunca se habían repuesto del todo del hecho de haber tenido semejante descendiente esférico. A veces, se descubrían el uno al otro mirándose con una silenciosa mirada de reproche. Si bien ellos nunca salían de la casa, no podían evitar que, de tanto en tanto, viniera a visitarlos algún vecino del pueblo. Entonces, apenas tocaba la pesada aldaba de bronce de la puerta de entrada, conducían al niño burbuja hacia el altillo de la casona y lo encerraban con una pesada llave de hierro negra y oxidada. Allí se quedaba horas y horas, en la oscuridad y el frío, esperando que las visitas se retiraran. Desde su confinamiento, espiaba por entre las rendijas de las tablas del piso, carcomidas por las ratas. En el piso de abajo se encontraba el comedor, iluminado por una enorme araña llena de caireles multicolores y caldeado por un enorme y chisporroteante hogar a leña. El niño podía ver a sus padres servir a sus huéspedes mermeladas de cereza y magdalenas azucaradas, delicias que con él nunca compartían. A veces, permanecía encerrado tanto tiempo que su frágil superficie empezaba a congelarse. En realidad, nunca supo con certeza si los vecinos sabían o no de su existencia. |