14 de mayo
Ayer la acompañé a mamá al aeroparque porque se iba a la provincia a dar un seminario sobre Salud y Planificación familiar. Siempre me resultó algo extraño el clima de los aeropuertos, aunque más no sea como este, de cabotaje. Los kioskos de revistas con tapas plastificadas, los puestos de chocolates, los avances del free shop, las tripulaciones uniformadas, escenografías artificiales que ocultan lo bizarro que tiene el hecho de estar de pronto en situación tierra y, de pronto, perdido detrás de las nubes, como en una gloria, entre angelitos de liras doradas. Cuando salí del aeroparque, me quedé un rato recostado contra la reja de la pista, fumando un cigarrillo y mirando los aviones que partían como enormes pterodáctilos. De pronto, a uno de los aviones que acababa de despegar se le salió una de las ruedas del tren de aterrizaje. La rueda cruzó la pista, atravesó la reja y paso a escasos metros míos como un meteorito caído del cielo. Cruzó también la avenida y siguió rodando hasta que finalmente fue a parar contra un muro construido cerca del río. De no ser porque la gente que pasaba por ahí comenzó a correr hacia el muro y porque desde mi lugar aun podía ver a la descomunal goma celeste, hubiera pensado que lo había soñado. |