13 de mayo
Mi hermana anoche tuvo otro de sus episodios de sonambulismo. La encontré a eso de las tres de la mañana en la cocina, destruyendo las cajas de cereales. Había copos por todos lados: con chocolate, con azúcar, con forma de rosquitas, azules, verdes, anaranjados. Mi hermana persistía en querer estrangular las bolsitas plásticas, balbuceando algo acerca de los polímeros y los monstruos del espacio. Aparentemente, estaba soñando con que ciertos compuestos del carbono, al ser expuestos a condiciones ambientales ajenas a las de la atmósfera terrestre, cobraban vida y volvían a la tierra para atacarla. Suerte que la encontré a tiempo, antes de que acometiera contra los imperfectos satélites de fruta abrillantada que mamá guarda en la enorme frutera de vidrio que había sido de mi abuela. A veces, el hecho de que los chillidos de la cacatúa de la vecina me despierten en el medio de la madrugada tiene sus ventajas. Cuando se despertó, por la mañana, mi hermana no se acordaba de absolutamente nada de lo que había pasado a la noche y se fue para la facultad. Yo, en cambio, estaba completamente destruido por haber pasado la noche en vela. Mamá, como de costumbre, pensó que el que había hecho semejante desastre en la cocina había sido yo. Eso es lo malo de ser un chico burbuja: siempre nos echan a nosotros la culpa de todo. |