16 de mayo
Temprano, por la tarde, pasó algo de lo más gracioso: el pájaro de la vecina finalmente rompió su cadena dorada y comenzó a revolotear libremente por la manzana. Pasó planeando un par de veces frente al balcón de nuestro living y terminó posándose en un paraíso que está en la esquina del edificio y que tiene como unos diez metros de altura. Para ese entonces, ya todos los habitantes de la cuadra se habían dado cuenta de lo que pasaba debido a que el bicho no dejaba de chillar y sus chillidos provenían, esta vez, de todas las posibles y heterotópicas direcciones. La vecina estaba desesperada, tan desesperada como si la que se le hubiera escapado fuera su misma alma. Algunos de nosotros bajamos a la vereda. El señor del 4º F incluso intentó comenzar a subirse al árbol. Pero no llegó más allá de los dos metros. Fue entonces cuando la mujer del señor del 4º F, que tiene un sobrino que trabaja en la Municipalidad, decidió llamar a los bomberos. Pocos minutos después, aparecían en un aparatoso auto bomba. Ante la atenta vista de todos, desplegaron una altísima escalera y uno de ellos, que vestido con su traje naranja fosforescente y con su pesado casco amarillo se parecía sorprendentemente a la fugitiva cacatúa, comenzó a ascender por ella hasta el cielo. Desde la cima del paraíso, la cacatúa lo observaba con la cabeza ladeada. Lo observó prácticamente inmóvil a medida que el bombero trepaba laboriosamente, metro tras metro, como Jack por su planta de habichuelas. Cuando le faltaban unos dos metros para alcanzarla, sin embargo, el pájaro emprendió vuelo de nuevo y se perdió, esta vez definitivamente, entre las nubes. |