21 de mayo
Mi hermana, que está en Montevideo, me contó en un mail que anoche se quedó sentada en la rambla mirando hacia el mar. A lo lejos, veía titilar las luces de los barcos. Perdidas en la oscuridad del horizonte, las mismas se confundían con las estrellas en el cielo. Ella decía que había también unas lucecitas verdes que, en ocasiones, brillaban fugaces y luego se desvanecían. Mi hermana imaginaba que se trataba de los ojos de los monstruos marinos que solamente se acercaban a la orilla las noches sin luna. Si hubiese sido el Mar Caribe, yo hubiera dicho que, en lugar de monstruos marinos, se trataba de las linternas de los piratas muertos. Pero en el Río de la Plata nunca hubo piratas. Uno tendería a pensar que los piratas, con sus largas cabelleras, sus tupidas barbas y sus aros de oro, eran arrojados y temerarios. Pero los parches en lugar de ojos, los garfios en lugar de manos y las patas de palo en lugar de piernas hacen pensar más bien que eran personajes sumamente vulnerables. Casi tan vulnerables como los niños burbuja. |