11 de agosto
A tientas, descorrió lo que al tacto parecía ser otra cortina de terciopelo. Entonces se encontró frente a frente con un escenario espeluznante: dos docenas de vampiros dormían, colgados patas arriba, de una de las vigas del techo. Se aproximó a ellos y vio que los anormales bichos tenían cabezas humanas. En ellas, Emilia reconoció rápidamente las cabezas de los vecinos perdidos del pueblo. Le llama la atención, particularmente, el vampiro con la cabeza de la maestra de cuarto grado. El mismo, que conservaba los anteojos en punta y el rodete de la señorita Jiménez, roncaba produciendo un sonido similar a un intermitente soplete. El vampiro con la cabeza de su abuela, en cambio, permanecía despierto. Un grave ataque de tos le impedía conciliar el sueño. Emilia recordó de pronto que aun conservaba el jarabe para la tos de la señora Vargas. Lo estaba sacando del bolsillo de su delantal cuando un ruido a sus espaldas la hizo volverse. Apenas si tuvo tiempo de reaccionar: el joven Burbuja se abalanzó sobre ella y le hincó los puntiagudos colmillos en el marmóreo cuello. Así fue como, desde aquella fatídica noche, 25 son los pájaros negros que sobrevuelan el pueblo de las Sombras Perdidas, semivivos, semimuertos; semidormidos, semidespiertos. FIN DEL CUARTO VIAJE. |