Belén Gache

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  Autorretratos-Autobiografías

 

Catálogo para la muestra homónima, Asociación Argentina de Críticos de Arte, Buenos Aires, Galería Centoira, mayo 1998

 


 

Foucault dice, a propósito de Las Meninas , que Velázquez se encuentra en el umbral de dos visibilidades incompatibles: por una parte no puede ser visto sobre el cuadro en el que se le representa y por otra parte puede ser visto en aquel en el que se ocupa de representar algo. Más allá del juego barroco de espejos presentado por Las Meninas , la noción de doble visibilidad planteada por Foucault parece ser la esencia misma del autorretrato: alguien que representa a ala vez que es representado, alguien que intenta descubrirse a la vez que es descubierto, alguien que se ve a sí mismo viéndose.
A través del autorretrato, el artista se duplica. El arte, desde sus orígenes instrumento de ritual, le permite realizar su doble mágico. A partir de la propia representación, pretende asirse a sí mismo, cristalizarse en un objeto y así, eventualmente, trascender su propia existencia. El autorretrato es una tesis de existencia. Es también un acto de autoconmemoración: un monumento al yo.

Pienso, luego...

“Aun cuando se quiera ser el héroe de su propia historia, es necesario comenzar a relatarla desde el principio, para dar a conocer claramente los detalles de los acontecimientos. Para ello, diré que nací un viernes a medianoche. Junto con la primer campanada del reloj lancé mi primer grito.”
David Copperfield
, Charles Dickens.

Me acuerdo de mí desde el principio, distinta de tú y de ella, heroína -como en las novelas decimonónicas- de mi propia historia. Yo, una variación tan única como mi huella digital, dedicada a guardar rasgos que van transformando mi memoria en un palimpsesto de configuración única. Pero por alguna razón, a medida que quiero hacer foco en ese yo-centro, me pasa lo que le pasaba a Alicia en Alicia a través del espejo , cuando iba remando en un bote bajo los árboles. Veía montones de hermosos juncos crecer bajo el agua y se inclinaba hacia un costado para recogerlos, pero aquellos que conseguía agarrar se le marchitaban, se derretían a sus pies en el bote como si fueran de nieve, mientras que aquellos que no era capaz de alcanzar y permanecían sumergidos en el agua, parecían conservar toda su plenitud y belleza.
En lugar de acentuar las bases de mi identidad, lo único que consigo es disiparlas. Más que contar mi historia, lo único que consigo es hacer autoficción.

Memorias de la desintegración

“...tengo la impresión de dejar a una persona para ir hacia otra que es distinta de aquella cuando, en mi memoria, del Swann que he conocido más adelante con exactitud paso a aquel primer Swann en el cual vuelvo a encontrar los errores encantadores de mi juventud, a aquel primer Swann lleno de tiempo de ocio, perfumado por el olor del alto castaño, de las cestas de frambuesa y de una pizca de estragón .”
En Busca del Tiempo Perdido , Marcel Proust.

Cuentan que una vez, una oruga se sentía miserable porque el resto de los animales se reían de su fealdad. Tanta voluntad puso en ser bella que finalmente se convirtió en mariposa. Pero los animales se seguían riendo. Consternada, le preguntó a la lechuza la causa de sus risas y ésta le contestó: “Puede que ahora seas bella, pero ya no sos una oruga”.
¿Dónde está el Swann de la juventud? ¿Dónde están los tilos de la Avenida de la Estación de Combray cuando el narrador mira los tallos envejecidos, disecados, retorcidos, preparados en la tisana de la tía Leoncia? Cada nueva característica no es más que la metamorfósis de la primera, dira Proust. Pero, ¿cuál es la unidad, si es que esta existe, entre un momento A en el presente y un momento B en el pasado? ¿Los recuerdos de la mariposa son los mismos recuerdos de la oruga?

La identidad personal reside en la memoria y la anulación de esa facultad comporta la idiotez. Cabe pensar lo mismo del universo. Sin una eternidad, sin un espejo delicado y secreto de lo que pasó por las almas, la historia universal es tiempo perdido.”
Historia de la Eternidad , JLBorges.

De la idea misma de historia se desprenden una serie de nociones como las de testigo, reconstrucción y sentido. Un sentido universal, como el que las Moiras tejían punto por punto. Las Moiras eran hijas de la noche y se dedicaban a hilar el destino de los seres humanos. Hilaban con hilos de oro la vida de los hombres nobles. Cuando el hilo se rompía ésto significaba la muerte del sujeto. El mito de las Moiras es retomado por Platón en el libro X de la República. Allí nos cuenta que éstas acompañaban su trabajo con cantos similares a los de las sirenas. Las Moiras eran tres: Lakesis, que cantaba a lo pasado; Cloto, al presente; Átropos, al futuro. El canto de la historia de la eternidad, nota tras nota, palabra tras palabra, punto por punto, va tejiendo una trama universal de sentido.
Pero Borges compara además la eternidad con un espejo. La palabra espejo -del latín “speculum”- remitía al acto de observar el movimiento de las estrellas en el cielo a través de un espejo, intentando realizar una lectura de las mismas que procurara algún tipo de conocimiento del universo. Pero, ¿existe en alguna parte ese espejo delicado y secreto que cita Borges, cuyo reflejo guarda el registro de una historia universal? ¿Existirá en algún lado un espejo que refleje una totalidad de sentido para nuestra propia existencia?

Un fantasma en el espejo

Un murmullo corrió por toda la mesa mientras los comensales miraban primero a Erasmo y después al espejo.
-¡No tiene reflejo! ¡No tiene reflejo! -empezaron a gritar todos- ¡Es un mauvais sujet, sáquenlo de aquí!
Furioso y avergonzado se refugió Erasmo en su cuarto, pero apenas había llegado allí cuando se le informó que la policía le ordenaba presentarse en una hora con su reflejo entero e idéntico delante de las autoridades.”
La Aventura de la noche de San Silvestre, E.T.A.Hoffmann.

Quedarse sin reflejo, al igual que quedarse sin sombra, era tradicionalmente considerado como un signo demoníaco. Sin ir más lejos, tenemos el ejemplo de la falta de reflejo en los vampiros.
En cierta forma, un autorretrato es un espejo bizarro. Como en un espejo, el artista se desdobla en alguien que mira y alguien que es mirado. Como un Narciso que se extasía contemplando su propio rostro en el reflejo de agua, detiene su mirada sobre sí mismo hasta que devenga la duda: ¿quién está mirando a quién?
Se trata de un espejo bizarro y no solamente porque la imagen no devuelve ya los movimientos invertidos duplicados: en el autorretrato existe la voluntad de volverse a construir, de re-crearse, emulando el poder mismo de la creación divina, compitiendo con el poder genealógico del propio padre. El artista de autorretrato derriba a la genealogía edípica. El yo se engendra a sí mismo, se autorreproduce. A partir de la genealogía edípica derribada, quedan dos caminos: 1- una reproducción que responda al orden de repetición, 2- un genealogismo esquizofrénico, orientado hacia todos los ramales a la vez:

Soy Apis, soy un egipcio, un indio piel roja, un negro, un nicho, un japonés, un extranjero, un desconocido, soy el pájaro del mar y el que sobrevuela la tierra firme, soy el árbol de Tolstoi con sus raíces .”
Diario , Nijinski.

La mirada interior

Te diré, ya que me has llamado ciego, que tú miras sin ver en qué males estás, ni dónde habitas, ni en medio de quién vives .”
Edipo Rey , Sófocles.

A los Nexus 6, replicantes de la película de Ridley Scott, Blade Runner, no les importaba tanto morir como no lograr acceder a una historia personal. Esto era lo que realmente los atormentaba. Sus fabricantes habían intentado en vano engañarlos con falsos implantes de memoria.
Mientras que los Nexus 6 querían ver algo que no podían ver nunca, dado que carecían de un pasado, Edipo en cambio, no quería ver el suyo. Vivía ignorante de su propio pasado al igual que de su destino. Edipo, que había podido responder el enigma de la esfinge acerca del hombre, desconocía por el contrario quién era él mismo. Al reconocer finalmente su propio yo, reconstruyendo su historia como un rompecabezas a partir del interrogatorio a diferentes testigos, Edipo es herido por la luz del conocimiento acerca de su verdadero ser. Expiará sus culpas parricidas e incestuosas hiriéndose repetidamente los ojos con los broches de oro de la túnica de su madre hasta quedar ciego.
Edipo ciega la visión del mundo exterior para encontrarse a sí mismo. Representa un modelo interior de búsqueda para responder a la pregunta ¿quién soy yo? Ulises, en cambio, representa el modelo exterior del viaje. Ulises debe atravezar diferentes peripecias en su travesía para poder finalmente regresar a casa. Entre ellas, la del canto de las sirenas, que buscan hacer naufragar a los marinos para poder así devorar sus almas. Una vez en casa, Ulises deberá todavía probar quién es él ante los demás. Lo hará primero mostrando una seña personal: la cicatriz de una herida de jabalí. Luego, mediante la prueba del arco.

Los otros yos

“He querido cambiar de identidad y lo primero que se me ha ocurrido es adoptar un nombre judío. Yo era católico y ya era un cambio eso de pasar de una religión a otra. No encontré nombre judío que me gustara y de golpe tuve una idea: ¡porqué no cambiar de sexo! De ahí vino entonces el nombre Rrose Sélavy.”
Marcel Duchamp.

Uno mismo como meta última de la búsqueda. Sin embargo, la vida de cada uno de nosotros comienza rápidamente a convertirse en una multiplicidad sin contornos: no sólo está compuesta por lo que fuimos e hicimos sino también por lo que pudimos ser y lo que soñamos, lo que imaginamos, lo que no quisimos ni pudimos hacer. Desde Frankenstein hasta Bajtín, el dialogismo, las heterogeneidades enunciativas, las teorías polifónicas del discurso, el yo se descentra y desaloja. Ya no es más aquel lugar único, interior, cerrado.
En el siglo XIX, varios personajes -Johannes de Silentio, el Encuadernador Hilarante, Guillermo Porsimismo, el Hermano Taciturno, Victor Heremita, el Vigilante de Copenhagen, Johannes Climacus y su eterno oponente Anti-Climacus- firmaban las obras filosóficas de Soren Kierkegaard. Los lectores nunca estaban del todo seguros de si cada uno de estos “autores” hablaba por boca del filósofo, presentaba su particular punto de vista o exponía en cambio un argumento falso.
Poco después de haber empezado nuestro siglo, Fernando de Pessoa se dedicaba también a construir una serie de personajes, distintos entre sí y distintos de sí mismo, a los que atribuyó varios poemas “que no son como los que yo, con mis sentimientos y mis ideas escribiría. Incluso muchos de ellos expresan ideas que yo no acepto y sentimientos que yo nunca tuve.” Los heterónimos de Pessoa llegan al punto no sólo de poseer una personalidad propia sino también de tener datos biográficos propios. Se convierten en paradigma de la unidad imposible del sujeto. ¿Personajes heterogéneos o falsos? La hipótesis “descubrir” vendrá asociada siempre a sus auxiliares “encubrir” y “fingir”:

El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que llega a fingir que es dolor
el dolor que de veras siente

Autopsicografía, Fernando Pessoa.

 

BELÉN GACHE