Belén Gache

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  La selección argentina

 

La selección argentina
Antología de cuentos
Editorial Tusquets,
2001

 

Cuento incluido en la antología:
 

LOS JINETES DEL INFIERNO

Belén Gache

1-

Mis amigos y yo coleccionamos figuritas de los Jinetes del Infierno. Mi hermano, que ya tiene quince, dice que coleccionar figuritas es una pavada. Yo, en cambio, me paso las horas viendo a los Jinetes del Infierno, con sus musculosos torsos y sus brillosas armaduras, blandiendo las poderosas espadas recortadas contra los cielos de tintas de colores. David, mi compañero de banco, ya completó casi todo el álbum. Sólo le faltan las cuatro figuritas más difíciles.
Hoy, en el colegio, tenemos prueba de biología. Clasificación de los invertebrados. Están los poríferos, los celenterados, los platelmintos, los anélidos, los equinodermos, los arácnidos,los crustáceos, pero por alguna razón no puedo acordarme de ningún otro. Me quedo observando a la maestra que se desliza por entre los bancos como un molusco gigante. Los moluscos tienen el cuerpo blando y pegajoso. Algunos poseen una cubierta dura donde se encierran para protegerse. Otros, como los pulpos, no desarrollan esta cubierta y se les queda atrofiada dentro del cuerpo. Existen moluscos de todos los tamaños.
Después del colegio, Alex y yo vamos a tomar el té a la casa de David. La mamá nos sirve torta de chocolate y unas galletitas de azúcar con caras de payaso. Cuando terminamos de tomar el té, Alex y yo subimos al cuarto de David. Él nos muestra su pelota de fútbol y su guante de béisbol. También tiene un blanco de dardos. Pero a Alex y yo, lo único que nos interesaba  ver es el álbum de los Jinetes del Infierno. Tirados sobre la cama de David nos pasamos el resto de la tarde recorriendo las páginas plastificadas. Tiene todas las series completas: la de los "Invencibles", la de los "Verdugos del Tiempo" y las de los "Vencedores Celestiales" ¡Guau! Im-pre-sio-nan-te. Sólo le faltaban cuatro figuritas de la serie de los "Superhéroes": El Capitán de las Tinieblas, Cruelia, Supermalvado y el Amo de las Galaxias.

2-

En el recreo, Alex y yo intercambiamos figuritas a escondidas. La directora no nos las deja llevar al colegio. Pasamos una a una las figuritas de su pila y de la mía y negociamos: tres por una, una por cinco, hasta que al final nos damos cuenta de que a él le faltan sólo cuatro y a mí me faltan sólo siete: tres de la serie de los Invencibles" y, por supuesto, las cuatro mismas que a Alex y a David, las cuatro más difíciles.
Esa tarde, nos dejan a todos después de hora. Alguien le pegó un chicle en el pelo al Oso, que no para de berrear. Nos dejan copiando una frase del pizarrón en el cuaderno borrador, una frase de Sarmiento: "Las ideas no se matan". Podría copiar la frase una y otra vez, mis trémulas letras haciendo nuevamente equilibrio sobre las cuerdas flojas celestes de los renglones. En realidad, la frase no suena tan mal, aunque no estoy seguro de si termino del todo de entenderla. Podría copiar la frase, digo, si no fuera porque mi mente vuela una y otra vez hacia las páginas plastificadas del álbum de los Jinetes del Infierno, con sus armaduras plateadas y sus cascos, con las ametralladoras que disparan proyectiles fosforescentes.
Cuando llego a casa, por más que tengo un montón, digo que no tengo que hacer deberes.
A la noche, me voy al kiosco y con la plata que me dio mi abuela me compro tres sobres de figuritas. Camino por el cordón de la vereda intentando no pisarme los cordones desabrochados de las zapatillas. Voy abriendo los sobres por el camino. Los dos primeros tiene las cuatro figuritas repetidas. Me da mucha bronca. Tanta que los tiro todos, íntegros, por un desagüe.
Abro el tercer sobre. La primer figurita es uno de los "Invencibles" que me faltaba, ¡bien! Paso. La segunda es otro de los "Invencibles" que no tengo, ¡genial! Paso la tercera, ¡otro "Invencible"! Un bocinazo me pone en cuenta de que estoy en medio de la calle. Un Fiat Duna aparentemente no me ve y a diez centímetros de mi cuerpo tiene que hacer una complicada maniobra para esquivarme.  Al hacerlo, destroza el espejito de un taxi que está estacionado. ¡Idiota!, Por su culpa mis figuritas están a punto de salir volando.
Ahora sí, estoy como David y como Alex. Todavía me falta chequear la última figurita del paquete. Paso la tercera y ¡ahí está! ¡Justo frente a mis ojos, me encuentro con El Amo de las Galaxias!
Esa noche, casi no puedo pegar los ojos. Me imagino vistiendo una armadura de oro, en un campo de batalla chorreado de fresca sangre roja, peleando junto a mis héroes.

3-

La tarde siguiente, llego al colegio radiante con mis figuritas nuevas en la cartuchera triple. Cuando entramos a clase me doy cuenta de que me había olvidado por completo que teníamos prueba de matemáticas. Mínimo común múltiplo. Al repartir por igual una bolsa de caramelos entre sus cinco hijos, la mamá de Carla advierte que le sobran 4 caramelos. Si los repartiera entre los 3 varones, le sobrarían 2 y si, en cambio, los repartiera entre las dos hijas le sobraría 1.¿Cuántas galletitas hay en la bolsa si sabemos que son más de 50 y menos de 80?
Hacia mediados de la hora, todavía no resolví el problema. En cambio, me la paso mirando al Amo de las Galaxias relumbrar desde el fondo de mi cartuchera triple.
De repente puedo ver cómo de un sólo movimiento, una garra con las uñas pintadas de morado, cierra la cartuchera y a la vez se la apropia. Sin poder dar crédito a mis ojos, veo desaparecer mis figuritas bajo el sobaco de la maestra de matemáticas ¡Mis figuritas! Mi cartuchera ha sido capturada y permanecerá como rehén en el cajón de su escritorio, por tiempo indefinido.
En el recreo, nos entretenemos pegándoles en las piernas a las chicas con papelitos que arrojamos con bandas elásticas.
-¿Te enteraste?-me cuenta Alex- ¡Ayer le salieron al Oso El Amo de las Galaxias y el Capitán de las Tinieblas!
Las vueltas del destino. El Oso pasa de buenas a primeras de ser un gordito estúpido más a héroe nacional. Hasta el mismo Rodríguez, que dicen que tiene colgado sobre su cama el afiche de Lorna Andersen desnuda, lo invita al Oso a dormir a su casa.
De vuelta en el aula, no viendo ninguna otra salida, decido comerme mi orgullo. Me acerco a la maestra de matemáticas y le pido un "perdón" hipócrita y, con un "por favor" más hipócrita todavía, le exijo que me devuelva la cartuchera. Ella simplemente me ordena que me calle y que vuelva a mi banco.
Cuando salgo del colegio voy planeando la manera de matar al Oso y a la maestra de matemáticas de la forma más dolorosa posible. En cambio, y por el momento, me conformo con reventar las llantas del auto del gorgojo numerario clavándoles la punta de mi tijera.
Por la noche, mi abuela me pide que vaya a comprarle unos remedios a la farmacia.
-¿Porqué no va Martín?-protesto tratando de imaginar cómo diablos se las arregla mi hermano para que nunca le ordenen hacer nada.
La artritis de mi abuela está cada vez peor. Es como si cada en uno de los huesos de su cuerpo se le hubiera hecho un nudo. Al salir de la casa, mis ojos se posan por un momento en una pequeña estampita que tiene colocada en el marco de la puerta, Dios en el Monte de los Olivos. Debajo de la imagen, una frase: "Padre mío, ¿porqué me has abandonado?"

4-

Al día siguiente, me entero de que el director me está esperando en su despacho.
Sentado en mi pequeño asiento, alcanzo a ver por sobre el borde del imponente escritorio de caoba a mi cartuchera triple estacionada junto a una pila de amonestaciones. El director está hablándome, puedo verlo mover sus labios, pero no puedo escuchar nada de lo que dice. Es como si estuviera hablando detrás de un vidrio blindado. Sólo tengo ojos para mi cartuchera, eventual habitación, sarcófago, palacio, nave espacial en el interior de la cual yace, furioso, mi Amo de las Galaxias, abandonado, blandiendo su espada.
Finalmente, luego de mil años, la enorme mano del director se inclina hacia mí y me devuelve la cartuchera.
Acabo de recuperar al Amo de las Galaxias, pero desde que me enteré que el Oso también lo tiene, ya no es lo mismo. Observo el cartoncito entre mis dedos, el colosal cuerpo enfundado en la brillosa armadura me parece ahora más pequeño. Su feroz gesto de dragón me parece ahora sólo una fanfarronada de perro pequinés. Durante la hora de geografía, Elisa nos invita a Alex y a mí a su cumpleaños, el sábado. Yo le digo que ni loco me voy a perder los Sábados de Ciencia Ficción para ir al cumpleaños de una chueca escuálida como ella. Alex y yo nos reímos y Elisa se aleja llorando.
En el recreo, me entero de que la hermanita de Eduardo, que va a la sala naranja, en el Jardín, ayer se compró un sobre de figuritas y le salió el Supermalvado. Cuando suena el timbre, en lugar de volver al aula me escondo en el armario de la limpieza junto con los escobillones y los plumeros. Cuando el patio queda vacío, me deslizo furtivo hasta la sala naranja y espío por el vidrio esmerilado de la puerta. Adentro, una decena de enanos permanecen absolutamente ensimismados pegando unos papeles glacé sobre unas cartulinas. De entre todas las cabezas, se destacan los bucles dorados de la hermanita de Eduardo, brillantes como una esponja de bronce inoxidable que usa mi abuela para fregar las cacerolas, contra los rayos de sol que entran por la ventana. Entro en la sala naranja.
-De la dirección la mandan a llamar a la hermana de Eduardo Fernández. Parece que hubo un accidente en la familia -le digo a la maestra jardinera, que lleva un delantal a cuadritos igual que el de los chicos.
Dos minutos después, avanzo por el pasillo con una desconcertada nenita de bucles dorados colgada de mi mano. Al doblar la esquina la arrincono contra la pared de venecita.
-¿Vos tenés la figurita de Supermalvado, no?
La nena saca de su bolsillo cuadriculado una figurita toda abollada y me la muestra sonriente.
-¿Te gustan los Sugus de frutilla?
Ahí nomás realizamos el trueque.
Para la hora de lengua, tengo una figurita de Supermalvado en mi cartuchera, junto a la del Amo de las Galaxias.
Mientras la maestra dice algo acerca de la Guerra Gaucha de Lugones, yo me entretengo pensando qué cosas se estarán diciendo los dos superhéroes reencontrados por fin, luego infinitas de peripecias, en el vientre oscuro y acogedor de mi cartuchera triple.

5-

En la clase de gimnasia, me paro junto al Oso. Estamos los dos esperando el turno para subir a los espaldares. El Oso se ve aun más obeso con ese buzo de lycra, su abdomen azul cruzado de lado a lado por la ruta dorada de un grueso cierre relámpago.
-Te propongo una cambio: el Capitán de las Tinieblas por lo que vos digas.
El Oso no quiere cambiar al Capitán de las Tinieblas por nada.
-Vamos, algo debés querer que valga la pena el cambio.
Yo lo sé muy bien. En los policiales siempre dicen que todos tenemos un precio y el Oso, sin duda, debe tener el suyo.
-¿Qué tal la pistola automática del Agente X104?
El Oso duda y me doy cuenta de que el trato es un hecho. El único problema ahora es de dónde sacar los cien pesos para comprarle al Oso la pistola. Pero, sin duda, ya se me va a ocurrir algo. En la clase de historia, paso a dar la lección y le enumero a la maestra los sucesivos presidentes argentinos, sin saltearme a ninguno. Cuando llego a casa, mi abuela hizo un bizcochuelo de vainilla para acompañar al té y siento que la vida es maravillosa.
Por la noche, espero que todos estén dormidos, pero son más de las dos de la mañana y el pesado de mi hermano, que comparte conmigo la pieza, sigue escuchando ese maldito programa en la radio, Radio Sónica, que escucha indefectiblemente todas las noches hasta la madrugada. Decido armarme de paciencia y me hago, a mi vez, el dormido. Finalmente, pasadas las tres y media, apaga la radio y se duerme. Yo me dirijo subrepticiamente al cuarto de mi abuela. Penetro en esa gruta penumbrosa con olor a lavanda en rama. Periódicamente, escucho al aire quebrarse con unos espeluznantes ronquidos. Me pregunto si la artritis le afectará, además de los huesos, a la tráquea. Descalzo, en puntas de pie, intento llegar hasta el florero de cerámica, que está sobre la cómoda de mi abuela, dentro del cual ella guarda sus ahorros. En el camino, me llevo por delante una pantufla de peluche y estoy a punto de caer de bruces.
-Tres tazas de avena, dos de azafrán y cuatro cabezas de pavo- mi abuela balbucea. Da un par de vueltas en la cama y vuelve a quedar inmóvil.
Finalmente, logro alcanzar el florero, extraigo de su interior un puñado de billetes y vuelvo a colocarlo sobre la cómoda.
Antes de entrar al colegio, paso por El país de los niños y compro la pistola del Agente X104. Por la tarde, el Capitán de las Tinieblas es mío. Ahora, tengo la serie de los "Invencibles" completa, el Amo de las Galaxias, el Capitán de las Tinieblas y Supermalvado. ¡Sólo me falta Cruelia y completo el álbum de los Jinetes del Infierno!

6-

Por la tarde, todos comentan que Rodríguez, está con varicela. Se me ocurre ir a visitarlo después del colegio con la excusa de llevarle la tarea para que no se atrase en el colegio. Lo que verdaderamente pretendo es, por fin, acceder al santuario donde se encuentra la diosa: Lorna Andersen. Total, varicela ya tuve.
Al entrar en el cuarto mis ojos buscan a la diosa, que exponiendo sus lúbricos y  sagrados muslos desde su altar, sobre la cama de Rodríguez, al que percibo recién bastante después. Está sentado en la cama y tiene toda la cabeza llena de pústulas, como un sapo. Sobre la frazada que cubre sus piernas, una serie de paquetes envueltos para regalo y un gato siamés, que duerme enroscado como un euroboros.
-Recién estuvieron mis tíos y me trajeron algunos regalos -explica.
Alentado por mi curiosidad, Rodríguez se decide a abrir sus regalos de inmediato. De entre los plateados papeles de celofán comienzan a emerger un jueguito para la computadora, una pistola del Agente X104, ¡una caja entera de figuritas de los Jinetes del Infierno!
Dedicamos la siguiente media hora a abrir uno por uno los sobres de figuritas. Hay papelitos estrujados con el logo de los Jinetes del Infierno cubriendo toda la frazada y toda la alfombra. Rodríguez se entusiasma cada vez que le sale un "Invencible". También cuando le salen los "Verdugos del Tiempo". A él le faltan un montón todavía para llenar el álbum. Yo, por mi parte, veo pasar decepcionado las imágenes una tras otra, la tengo, la tengo, la tengo y las voy descartando al igual que a los sobres.
Hasta que, de repente, veo que Rodríguez , que acaba de abrir uno de los últimos sobres, se queda mirando una figurita en particular que sostiene en su mano. Me inclino a su lado, expectante. ¡Sí! ¡Es Cruelia! Mi corazón da un vuelco. Cruelia tiene que ser mía.
-Te propongo una cambio -digo con el ritmo cardíaco suspendido por la emoción- Cruelia por lo que vos digas.
Pero Rodríguez mueve la cabeza de lado a lado.
-Vamos, algo debés querer que valga la pena el cambio - digo, empezando a ponerme realmente ansioso.
Observo la serie de jueguitos de computadora sobre el estante de la biblioteca de Rodríguez. Observo la pistola del agente X104 en su estuche de regalo. Puedo ver igualmente, en un rincón, una pelota de fútbol y un guante de béisbol igual que el de David sólo que importado. Detrás de la puerta, un enorme blanco de dardos. Sobre la cama, el afiche de Lorna Andersen. Definitivamente, va a ser mucho más difícil con Rodríguez que con el bobo del Oso. Además, aun en el caso de que aceptara un cambio, ya le saqué a la abuela toda la plata del florero y dudo de que tenga más plata guardada en otro lado. Tengo que pensar en algo rápido.
De repente, mis ojos se posan en el gato siamés que despreocupadamente duerme sobre la frazada. De un rápido movimiento, me lanzo sobre el cuello del gato y lo inmovilizo con mis manos.
-Si no me das a Cruelia mato al gato -digo, y empiezo a apretar el cuello felino.
El gato empieza a patearme con sus patas traseras en vano. Tengo su pequeño cuerpo absolutamente dominado. Rodríguez intenta detenerme, desesperado.
-¡Está bien!¡Está bien!¡Tomá la figurita!
Me apodero de la figurita de un manotazo. Sólo después, ya con la figurita entre mis manos me doy cuenta de que se me debe haber ido la mano: sobre la alfombra, a los pies de la cama, yace el gato inerte, fláccido como un muñeco de peluche. Dejo a Rodríguez llorando a los gritos y salgo de la casa lo más rápido posible. Cuando llego a mi propia casa, ya están sirviendo la cena.
Por la noche, me llevo una linterna a la cama y me armo una pequeña carpa con la sábana. Mientras mi hermano escucha Radio Sónica, me dedico a pasar una a una, las hojas de mi álbum hasta llegar al recuadro en blanco de Cruelia. Entonces, con toda mi emoción, despego el sticker del cartoncito y coloco la última figurita que faltaba. ¡El álbum está completo! Apago la linterna y me recuesto en la cama.
Mi hermano ya está dormido. El muy idiota se dejó, otra vez, la radio encendida. En el silencio de la noche, escucho a Sancho el Venenoso, el locutor del programa, anunciar que la película Masacre 5 ya está en cartel en los cines de barrio. ¡Guau! Mañana mismo, antes de entrar al colegio, me voy a fijar si ya trajeron al País de los Niños la nueva super granada de estruendo del Desbastador Atómico, el protagonista de Masacre. El Oso podrá tener su gorra camuflada y su rifle con mira lasser. Pero seguro que, si logro conseguir la granada de estruendo para mañana, me convierto sí o sí en el rey de la clase. Me pregunto de dónde podría sacar la plata para comprarla. Me acuerdo, de pronto, de los dientes de oro que la abuela deja en remojo, todas las noches, dentro de un vaso sobre su mesita de luz. ¿Cuánto me darán por esos dientes? Apuesto a que lo suficiente como para comprar la granada.
Fascinado con la idea, me levanto de la cama y salgo de la habitación de puntillas. En la radio están pasando ahora esa canción que últimamente suena  en todos lados y que tiene ese estribillo tan pegajoso que dice:
"Sim-ple-men-te, sim-ple-men-te, no podés confiar en nosotros."