LOS JINETES DEL INFIERNO
Belén Gache
1-
Mis amigos y yo coleccionamos figuritas
de los Jinetes del Infierno. Mi hermano, que ya tiene
quince, dice que coleccionar figuritas es una pavada.
Yo, en cambio, me paso las horas viendo a los Jinetes
del Infierno, con sus musculosos torsos y sus brillosas
armaduras, blandiendo las poderosas espadas recortadas
contra los cielos de tintas de colores. David, mi compañero
de banco, ya completó casi todo el álbum. Sólo le faltan
las cuatro figuritas más difíciles.
Hoy, en el colegio, tenemos
prueba de biología. Clasificación de los invertebrados.
Están los poríferos, los celenterados, los platelmintos,
los anélidos, los equinodermos, los arácnidos,los crustáceos,
pero por alguna razón no puedo acordarme de ningún otro.
Me quedo observando a la maestra que se desliza por
entre los bancos como un molusco gigante. Los moluscos
tienen el cuerpo blando y pegajoso. Algunos poseen una
cubierta dura donde se encierran para protegerse. Otros,
como los pulpos, no desarrollan esta cubierta y se les
queda atrofiada dentro del cuerpo. Existen moluscos
de todos los tamaños.
Después del colegio, Alex
y yo vamos a tomar el té a la casa de David. La mamá
nos sirve torta de chocolate y unas galletitas de azúcar
con caras de payaso. Cuando terminamos de tomar el té,
Alex y yo subimos al cuarto de David. Él nos muestra
su pelota de fútbol y su guante de béisbol. También
tiene un blanco de dardos. Pero a Alex y yo, lo único
que nos interesaba ver es el álbum de los Jinetes del
Infierno. Tirados sobre la cama de David nos pasamos
el resto de la tarde recorriendo las páginas plastificadas.
Tiene todas las series completas: la de los "Invencibles",
la de los "Verdugos del Tiempo" y las de los
"Vencedores Celestiales" ¡Guau! Im-pre-sio-nan-te.
Sólo le faltaban cuatro figuritas de la serie de los
"Superhéroes": El Capitán de las Tinieblas,
Cruelia, Supermalvado y el Amo de las Galaxias.
2-
En el recreo, Alex y yo intercambiamos
figuritas a escondidas. La directora no nos las deja
llevar al colegio. Pasamos una a una las figuritas de
su pila y de la mía y negociamos: tres por una, una
por cinco, hasta que al final nos damos cuenta de que
a él le faltan sólo cuatro y a mí me faltan sólo siete:
tres de la serie de los Invencibles" y, por supuesto,
las cuatro mismas que a Alex y a David, las cuatro más
difíciles.
Esa tarde, nos dejan a todos
después de hora. Alguien le pegó un chicle en el pelo
al Oso, que no para de berrear. Nos dejan copiando una
frase del pizarrón en el cuaderno borrador, una frase
de Sarmiento: "Las ideas no se matan". Podría
copiar la frase una y otra vez, mis trémulas letras
haciendo nuevamente equilibrio sobre las cuerdas flojas
celestes de los renglones. En realidad, la frase no
suena tan mal, aunque no estoy seguro de si termino
del todo de entenderla. Podría copiar la frase, digo,
si no fuera porque mi mente vuela una y otra vez hacia
las páginas plastificadas del álbum de los Jinetes del
Infierno, con sus armaduras plateadas y sus cascos,
con las ametralladoras que disparan proyectiles fosforescentes.
Cuando llego a casa, por más
que tengo un montón, digo que no tengo que hacer deberes.
A la noche, me voy al kiosco
y con la plata que me dio mi abuela me compro tres sobres
de figuritas. Camino por el cordón de la vereda intentando
no pisarme los cordones desabrochados de las zapatillas.
Voy abriendo los sobres por el camino. Los dos primeros
tiene las cuatro figuritas repetidas. Me da mucha bronca.
Tanta que los tiro todos, íntegros, por un desagüe.
Abro el tercer sobre. La primer
figurita es uno de los "Invencibles" que me
faltaba, ¡bien! Paso. La segunda es otro de los "Invencibles"
que no tengo, ¡genial! Paso la tercera, ¡otro "Invencible"!
Un bocinazo me pone en cuenta de que estoy en medio
de la calle. Un Fiat Duna aparentemente no me ve y a
diez centímetros de mi cuerpo tiene que hacer una complicada
maniobra para esquivarme. Al hacerlo, destroza el espejito
de un taxi que está estacionado. ¡Idiota!, Por su culpa
mis figuritas están a punto de salir volando.
Ahora sí, estoy como David
y como Alex. Todavía me falta chequear la última figurita
del paquete. Paso la tercera y ¡ahí está! ¡Justo frente
a mis ojos, me encuentro con El Amo de las Galaxias!
Esa noche, casi no puedo pegar
los ojos. Me imagino vistiendo una armadura de oro,
en un campo de batalla chorreado de fresca sangre roja,
peleando junto a mis héroes.
3-
La tarde siguiente, llego al colegio
radiante con mis figuritas nuevas en la cartuchera triple.
Cuando entramos a clase me doy cuenta de que me había
olvidado por completo que teníamos prueba de matemáticas.
Mínimo común múltiplo. Al repartir por igual una bolsa
de caramelos entre sus cinco hijos, la mamá de Carla
advierte que le sobran 4 caramelos. Si los repartiera
entre los 3 varones, le sobrarían 2 y si, en cambio,
los repartiera entre las dos hijas le sobraría 1.¿Cuántas
galletitas hay en la bolsa si sabemos que son más de
50 y menos de 80?
Hacia mediados de la hora,
todavía no resolví el problema. En cambio, me la paso
mirando al Amo de las Galaxias relumbrar desde el fondo
de mi cartuchera triple.
De repente puedo ver cómo
de un sólo movimiento, una garra con las uñas pintadas
de morado, cierra la cartuchera y a la vez se la apropia.
Sin poder dar crédito a mis ojos, veo desaparecer mis
figuritas bajo el sobaco de la maestra de matemáticas
¡Mis figuritas! Mi cartuchera ha sido capturada y permanecerá
como rehén en el cajón de su escritorio, por tiempo
indefinido.
En el recreo, nos entretenemos
pegándoles en las piernas a las chicas con papelitos
que arrojamos con bandas elásticas.
-¿Te enteraste?-me cuenta
Alex- ¡Ayer le salieron al Oso El Amo de las Galaxias
y el Capitán de las Tinieblas!
Las vueltas del destino. El
Oso pasa de buenas a primeras de ser un gordito estúpido
más a héroe nacional. Hasta el mismo Rodríguez, que
dicen que tiene colgado sobre su cama el afiche de Lorna
Andersen desnuda, lo invita al Oso a dormir a su casa.
De vuelta en el aula, no viendo
ninguna otra salida, decido comerme mi orgullo. Me acerco
a la maestra de matemáticas y le pido un "perdón"
hipócrita y, con un "por favor" más hipócrita
todavía, le exijo que me devuelva la cartuchera. Ella
simplemente me ordena que me calle y que vuelva a mi
banco.
Cuando salgo del colegio voy
planeando la manera de matar al Oso y a la maestra de
matemáticas de la forma más dolorosa posible. En cambio,
y por el momento, me conformo con reventar las llantas
del auto del gorgojo numerario clavándoles la punta
de mi tijera.
Por la noche, mi abuela me
pide que vaya a comprarle unos remedios a la farmacia.
-¿Porqué no va Martín?-protesto
tratando de imaginar cómo diablos se las arregla mi
hermano para que nunca le ordenen hacer nada.
La artritis de mi abuela está
cada vez peor. Es como si cada en uno de los huesos
de su cuerpo se le hubiera hecho un nudo. Al salir de
la casa, mis ojos se posan por un momento en una pequeña
estampita que tiene colocada en el marco de la puerta,
Dios en el Monte de los Olivos. Debajo de la imagen,
una frase: "Padre mío, ¿porqué me has abandonado?"
4-
Al día siguiente, me entero de que
el director me está esperando en su despacho.
Sentado en mi pequeño asiento,
alcanzo a ver por sobre el borde del imponente escritorio
de caoba a mi cartuchera triple estacionada junto a
una pila de amonestaciones. El director está hablándome,
puedo verlo mover sus labios, pero no puedo escuchar
nada de lo que dice. Es como si estuviera hablando detrás
de un vidrio blindado. Sólo tengo ojos para mi cartuchera,
eventual habitación, sarcófago, palacio, nave espacial
en el interior de la cual yace, furioso, mi Amo de las
Galaxias, abandonado, blandiendo su espada.
Finalmente, luego de mil años,
la enorme mano del director se inclina hacia mí y me
devuelve la cartuchera.
Acabo de recuperar al Amo
de las Galaxias, pero desde que me enteré que el Oso
también lo tiene, ya no es lo mismo. Observo el cartoncito
entre mis dedos, el colosal cuerpo enfundado en la brillosa
armadura me parece ahora más pequeño. Su feroz gesto
de dragón me parece ahora sólo una fanfarronada de perro
pequinés. Durante la hora de geografía, Elisa nos invita
a Alex y a mí a su cumpleaños, el sábado. Yo le digo
que ni loco me voy a perder los Sábados de Ciencia Ficción
para ir al cumpleaños de una chueca escuálida como ella.
Alex y yo nos reímos y Elisa se aleja llorando.
En el recreo, me entero de
que la hermanita de Eduardo, que va a la sala naranja,
en el Jardín, ayer se compró un sobre de figuritas y
le salió el Supermalvado. Cuando suena el timbre, en
lugar de volver al aula me escondo en el armario de
la limpieza junto con los escobillones y los plumeros.
Cuando el patio queda vacío, me deslizo furtivo hasta
la sala naranja y espío por el vidrio esmerilado de
la puerta. Adentro, una decena de enanos permanecen
absolutamente ensimismados pegando unos papeles glacé
sobre unas cartulinas. De entre todas las cabezas, se
destacan los bucles dorados de la hermanita de Eduardo,
brillantes como una esponja de bronce inoxidable que
usa mi abuela para fregar las cacerolas, contra los
rayos de sol que entran por la ventana. Entro en la
sala naranja.
-De la dirección la mandan
a llamar a la hermana de Eduardo Fernández. Parece que
hubo un accidente en la familia -le digo a la maestra
jardinera, que lleva un delantal a cuadritos igual que
el de los chicos.
Dos minutos después, avanzo
por el pasillo con una desconcertada nenita de bucles
dorados colgada de mi mano. Al doblar la esquina la
arrincono contra la pared de venecita.
-¿Vos tenés la figurita de
Supermalvado, no?
La nena saca de su bolsillo
cuadriculado una figurita toda abollada y me la muestra
sonriente.
-¿Te gustan los Sugus de frutilla?
Ahí nomás realizamos el trueque.
Para la hora de lengua, tengo
una figurita de Supermalvado en mi cartuchera, junto
a la del Amo de las Galaxias.
Mientras la maestra dice algo
acerca de la Guerra Gaucha de Lugones, yo me entretengo
pensando qué cosas se estarán diciendo los dos superhéroes
reencontrados por fin, luego infinitas de peripecias,
en el vientre oscuro y acogedor de mi cartuchera triple.
5-
En la clase de gimnasia, me paro
junto al Oso. Estamos los dos esperando el turno para
subir a los espaldares. El Oso se ve aun más obeso con
ese buzo de lycra, su abdomen azul cruzado de lado a
lado por la ruta dorada de un grueso cierre relámpago.
-Te propongo una cambio: el
Capitán de las Tinieblas por lo que vos digas.
El Oso no quiere cambiar al
Capitán de las Tinieblas por nada.
-Vamos, algo debés querer
que valga la pena el cambio.
Yo lo sé muy bien. En los
policiales siempre dicen que todos tenemos un precio
y el Oso, sin duda, debe tener el suyo.
-¿Qué tal la pistola automática
del Agente X104?
El Oso duda y me doy cuenta
de que el trato es un hecho. El único problema ahora
es de dónde sacar los cien pesos para comprarle al Oso
la pistola. Pero, sin duda, ya se me va a ocurrir algo.
En la clase de historia, paso a dar la lección y le
enumero a la maestra los sucesivos presidentes argentinos,
sin saltearme a ninguno. Cuando llego a casa, mi abuela
hizo un bizcochuelo de vainilla para acompañar al té
y siento que la vida es maravillosa.
Por la noche, espero que todos
estén dormidos, pero son más de las dos de la mañana
y el pesado de mi hermano, que comparte conmigo la pieza,
sigue escuchando ese maldito programa en la radio, Radio
Sónica, que escucha indefectiblemente todas las noches
hasta la madrugada. Decido armarme de paciencia y me
hago, a mi vez, el dormido. Finalmente, pasadas las
tres y media, apaga la radio y se duerme. Yo me dirijo
subrepticiamente al cuarto de mi abuela. Penetro en
esa gruta penumbrosa con olor a lavanda en rama. Periódicamente,
escucho al aire quebrarse con unos espeluznantes ronquidos.
Me pregunto si la artritis le afectará, además de los
huesos, a la tráquea. Descalzo, en puntas de pie, intento
llegar hasta el florero de cerámica, que está sobre
la cómoda de mi abuela, dentro del cual ella guarda
sus ahorros. En el camino, me llevo por delante una
pantufla de peluche y estoy a punto de caer de bruces.
-Tres tazas de avena, dos
de azafrán y cuatro cabezas de pavo- mi abuela balbucea.
Da un par de vueltas en la cama y vuelve a quedar inmóvil.
Finalmente, logro alcanzar
el florero, extraigo de su interior un puñado de billetes
y vuelvo a colocarlo sobre la cómoda.
Antes de entrar al colegio,
paso por El país de los niños y compro la pistola del
Agente X104. Por la tarde, el Capitán de las Tinieblas
es mío. Ahora, tengo la serie de los "Invencibles"
completa, el Amo de las Galaxias, el Capitán de las
Tinieblas y Supermalvado. ¡Sólo me falta Cruelia y completo
el álbum de los Jinetes del Infierno!
6-
Por la tarde, todos comentan que
Rodríguez, está con varicela. Se me ocurre ir a visitarlo
después del colegio con la excusa de llevarle la tarea
para que no se atrase en el colegio. Lo que verdaderamente
pretendo es, por fin, acceder al santuario donde se
encuentra la diosa: Lorna Andersen. Total, varicela
ya tuve.
Al entrar en el cuarto mis
ojos buscan a la diosa, que exponiendo sus lúbricos
y sagrados muslos desde su altar, sobre la cama de
Rodríguez, al que percibo recién bastante después. Está
sentado en la cama y tiene toda la cabeza llena de pústulas,
como un sapo. Sobre la frazada que cubre sus piernas,
una serie de paquetes envueltos para regalo y un gato
siamés, que duerme enroscado como un euroboros.
-Recién estuvieron mis tíos
y me trajeron algunos regalos -explica.
Alentado por mi curiosidad,
Rodríguez se decide a abrir sus regalos de inmediato.
De entre los plateados papeles de celofán comienzan
a emerger un jueguito para la computadora, una pistola
del Agente X104, ¡una caja entera de figuritas de los
Jinetes del Infierno!
Dedicamos la siguiente media
hora a abrir uno por uno los sobres de figuritas. Hay
papelitos estrujados con el logo de los Jinetes del
Infierno cubriendo toda la frazada y toda la alfombra.
Rodríguez se entusiasma cada vez que le sale un "Invencible".
También cuando le salen los "Verdugos del Tiempo".
A él le faltan un montón todavía para llenar el álbum.
Yo, por mi parte, veo pasar decepcionado las imágenes
una tras otra, la tengo, la tengo, la tengo y las voy
descartando al igual que a los sobres.
Hasta que, de repente, veo
que Rodríguez , que acaba de abrir uno de los últimos
sobres, se queda mirando una figurita en particular
que sostiene en su mano. Me inclino a su lado, expectante.
¡Sí! ¡Es Cruelia! Mi corazón da un vuelco. Cruelia tiene
que ser mía.
-Te propongo una cambio -digo
con el ritmo cardíaco suspendido por la emoción- Cruelia
por lo que vos digas.
Pero Rodríguez mueve la cabeza
de lado a lado.
-Vamos, algo debés querer
que valga la pena el cambio - digo, empezando a ponerme
realmente ansioso.
Observo la serie de jueguitos
de computadora sobre el estante de la biblioteca de
Rodríguez. Observo la pistola del agente X104 en su
estuche de regalo. Puedo ver igualmente, en un rincón,
una pelota de fútbol y un guante de béisbol igual que
el de David sólo que importado. Detrás de la puerta,
un enorme blanco de dardos. Sobre la cama, el afiche
de Lorna Andersen. Definitivamente, va a ser mucho más
difícil con Rodríguez que con el bobo del Oso. Además,
aun en el caso de que aceptara un cambio, ya le saqué
a la abuela toda la plata del florero y dudo de que
tenga más plata guardada en otro lado. Tengo que pensar
en algo rápido.
De repente, mis ojos se posan
en el gato siamés que despreocupadamente duerme sobre
la frazada. De un rápido movimiento, me lanzo sobre
el cuello del gato y lo inmovilizo con mis manos.
-Si no me das a Cruelia mato
al gato -digo, y empiezo a apretar el cuello felino.
El gato empieza a patearme
con sus patas traseras en vano. Tengo su pequeño cuerpo
absolutamente dominado. Rodríguez intenta detenerme,
desesperado.
-¡Está bien!¡Está bien!¡Tomá
la figurita!
Me apodero de la figurita
de un manotazo. Sólo después, ya con la figurita entre
mis manos me doy cuenta de que se me debe haber ido
la mano: sobre la alfombra, a los pies de la cama, yace
el gato inerte, fláccido como un muñeco de peluche.
Dejo a Rodríguez llorando a los gritos y salgo de la
casa lo más rápido posible. Cuando llego a mi propia
casa, ya están sirviendo la cena.
Por la noche, me llevo una
linterna a la cama y me armo una pequeña carpa con la
sábana. Mientras mi hermano escucha Radio Sónica, me
dedico a pasar una a una, las hojas de mi álbum hasta
llegar al recuadro en blanco de Cruelia. Entonces, con
toda mi emoción, despego el sticker del cartoncito y
coloco la última figurita que faltaba. ¡El álbum está
completo! Apago la linterna y me recuesto en la cama.
Mi hermano ya está dormido.
El muy idiota se dejó, otra vez, la radio encendida.
En el silencio de la noche, escucho a Sancho el Venenoso,
el locutor del programa, anunciar que la película Masacre
5 ya está en cartel en los cines de barrio. ¡Guau! Mañana
mismo, antes de entrar al colegio, me voy a fijar si
ya trajeron al País de los Niños la nueva super granada
de estruendo del Desbastador Atómico, el protagonista
de Masacre. El Oso podrá tener su gorra camuflada y
su rifle con mira lasser. Pero seguro que, si logro
conseguir la granada de estruendo para mañana, me convierto
sí o sí en el rey de la clase. Me pregunto de dónde
podría sacar la plata para comprarla. Me acuerdo, de
pronto, de los dientes de oro que la abuela deja en
remojo, todas las noches, dentro de un vaso sobre su
mesita de luz. ¿Cuánto me darán por esos dientes? Apuesto
a que lo suficiente como para comprar la granada.
Fascinado con la idea, me
levanto de la cama y salgo de la habitación de puntillas.
En la radio están pasando ahora esa canción que últimamente
suena en todos lados y que tiene ese estribillo tan
pegajoso que dice:
"Sim-ple-men-te, sim-ple-men-te,
no podés confiar en nosotros."
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