La era moderna se caracterizó por poseer un discurso fuerte que hablaba de la Verdad y la Totalidad. Se correspondía con una forma de pensamiento absolutista y violenta. Esta forma de pensamiento entendía a la realidad como un sistema racional de causas y efectos. Siguiendo un modelo de objetividad científica, intentaba organizar las cosas del mundo reduciéndolas a categorías mensurables y manipulables. Al igual que en una máquina, cada individuo era considerado una pieza del mecanismo del sistema, fuera súbdito, ciudadano, obrero, empleado, soldado.
La modernidad era un proyecto universalista y occidental de civilización, descansando sobre el optimismo de un progreso tecnológico y sobre un sentido lineal y evolucionista de la historia. Estaba basado en nociones como la razón y el progreso. Según esta forma de pensar, la historia debía tener sus grandes relatos legitimadores, fueran estos imperialistas, colonialistas, dominadores o bien -como la otra cara de la misma moneda- los relatos de heroica resistencia y sublevación: libertadores, emancipadores, revolucionarios. Al pensamiento fuerte de la modernidad respondía un sujeto fuerte -rey, caudillo, dictador, estratega, protagonista de estos relatos de conquista, liberación y emancipación de los pueblos.
El Cuaderno de historia universal trata sobre los grandes temas modernos: el héroe, el rey, el monumento, la estrategia militar -el ataque, la defensa-, la revolución, la liberación de los pueblos. Sólo que aquí, estos han perdido su poder, su sustancia, su razón de ser trascendente. Algunos, muestran su cara oscura: son impostores, traidores, vanidosos, narcisistas y, sobre todo, crueles. Muchos muestran incluso un característico extremismo paranóide.