PERO TAMBIÉN PODRÍA DECIRSE QUE UN ESCRITOR
ES UN LECTOR
Siguiendo esta línea de pensamiento, también
podríamos decir que el escritor es, ante todo,
un primer lector, porque creo igualmente que escribir
no es en el fondo otra cosa que producir el texto que
uno verdaderamente quiere leer. En este sentido, escribir
es como leer, solo que se trata, en todo caso, de una
lectura perfecta.
Cuando uno escribe inventa un mundo propio, al igual
que todos inventábamos nuestros propios mundos
cuando jugábamos de niños o cuando soñamos.
Escribir es así; es como leer el texto que va
produciendo nuestro propio sueño. Conocido es
el caso de Samuel Taylor Coleridge, que compuso su poema
sobre Kublai Khan a partir del sueño que tuvo
una noche de verano de 1797. Esa noche no se sentía
demasiado bien. Decidió tomar dos gramos de opio
tras lo cual cayó en un profundo sueño.
Soñó entonces que leía un libro
sobre Kublai Khan que poseía ilustraciones del
hermoso palacio que el emperador se había mandado
a construir en la onírica ciudad de Xanadú
junto con poéticas descripciones de las mismas.
Al despertar, todo lo que tuvo que hacer fue tomar su
pluma y escribir todos los versos del poema tal como
los recordaba de haberlos leído en su sueño.
Desafortunadamente, cuando estaba transcribiendo las
imágenes, fue interrumpido por un visitante inesperado
y, habiendo completado únicamente 200 líneas
del poema fue incapaz de continuarlo luego. Las visiones
se habían evaporado de su mente. Un extraño
paralelismo da cuenta de que, veinte años después
de que Coleridge escribiera su poema, se tradujo en
París una fuente persa del siglo XIV que daba
cuenta de que Kublai Khan había construido su
palacio de acuerdo a un plano que, curiosamente, había
también soñado.
Escribir, como en el sueño de Coleridge, es una
lectura perfecta porque el escritor es un lector para
quien el texto no se constituye como un fantasma ajeno
sino que es la misma prolongación de su propio
fantasma.
AUNQUE, A PESAR DE TODO…
Además de señalar las semejanzas entre
el lector y el escritor, Marcel Proust decía
también otra cosa. Decía que entre escribir
una novela y vivirla no había gran diferencia.
Se ha dicho muchas veces que escribir es crear mundos.
Frente a la realidad que se nos presenta como un límite
infranqueable en tanto que la misma no puede ser deshecha
ni anulada, la escritura se presenta en cambio como
un arma de libertad y poder. En mi escritura yo puedo
ser Emperatriz de la China, prisionera de los marcianos,
Cleopatra o una mariposa. En la hoja blanca, hago lo
que quiero. Mediante la literatura soy libre hasta de
crear mis propias cárceles.
Cuando uno escribe crea mundos con todos los objetos
que los componen, con sus leyes propias, con una particular
manera de ser de las cosas. La tapa del libro es la
puerta que da acceso a cada uno de estos mundos. Esa
puerta será traspasada tanto por el escritor
como por el lector solo que, con la lectura, elijo entrar
en el mundo propuesto. Con la escritura, soy yo misma
la que invento el mundo y lo propongo.
Truman Capote cuenta, en su prefacio para Música
de Camaleones, que descubrió la escritura
cuando era niño: “Yo escribía historias
de aventuras, novelas policiales, escenas cómicas,
cuentos que me habían narrado ex esclavos y veteranos
de la Guerra Civil. Me divertía muchísimo
al principio. Dejé de divertirme cuando descubrí
la diferencia entre escribir bien y escribir mal”,
dice Capote. Pero yo no creo que haya literatura bien
o mal escrita. Al menos, en cuanto al nivel gramatical
se refiere. Es más, creo que la literatura surge
casi siempre de esos bordes donde no hay aun parámetros,
donde es el escritor el único que inventa y reina,
aun incluso sobre la propia gramática.
No creo que haya literatura bien o mal escrita, pero
sí creo que hay literatura donde, al leerla,
nos enfrentamos con una escritura vivida (o con vida
escrita, que a la larga viene a ser la misma cosa) y
otros casos donde sólo nos encontramos únicamente
con cadáveres textuales, aunque estos sean más
o menos bonitos.
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