COURBET. DEL BRICOLLAGE AL TALLER DEL ARTISTA
Para Gustav Courbet, el realismo constituya un principio
más moral que estético: no se trataba
de una cuestión de devota imitación sino
de la simple necesidad de constatar la realidad encarándola
fenomenológica y directamente, sin aprioris ni
prejuicios. Courbet pintó su autorretrato El
estudio, en 1855. El artista aparece allí
en su taller rodeado por una serie de personajes entre
los que se encuentran Proudhon, Baudelaire y Champfleury.
Pero también están allí un cazador,
un sacerdote, un enterrador, un apyaso y una pareja
burguesa. ¿Qué hacen allí estas
personas? Tomando a cada una de ellas en su contexto
particular, Courbet realiza su cuadro como si éste
fuera un calidoscopio, combinando diferentes fragmentos
y recortes. Como un bricolleur, elabora estructuras
a partir de la elección y combinación
de acontecimientos o, en todo caso, de residuos de acontecimientos.
EL UNIVERSO PERTURBADOR
Un siglo después, Balthus -el enigmático
conde Balthasar Klossowski de Rola- confiesa que, aunque
se inclina hacia el surrealismo, modela siempre su pintura
según la tradición del realismo de Courbet.
Bajo la apacible apariencia de lo cotidiano, Balthus
nos muestra un universo ambiguo y trágico. Al
igual que sucede con las pinturas de Álvarez,
sospechamos que leer sus pinturas a partir de sobreentendidos
sólo puede llevarnos a malinterpretarlas. Ya
no se nos aparece tan simple “la simple constatación
de la realidad” de la que hablaba Courbet.
Y es que el hombre busca siempre significar, poner nexos,
ordenar, encontrar la narratividad implícita
detrás de una imágen. Es como si su propia
naturaleza lo llevara a pasar de lo visible a una significación
articulada, a encontrar las relaciones entre las partes
y el todo, entre el efecto y la causa. La cuestión
es saber si uno está utilizando los nexos adecuados
o, en todo caso, si las palabras pueden o no dar cuenta
de esa realidad.
Las babas del diablo, el cuento de Julio Cortázar,
comienza con las siguientes palabras; “ Nunca
se sabrá cómo hay que contar esto.”
En él, Roberto Michel, un traductor y fotógrafo
aficionado, intenta describir una imagen fotográfica
que ha tomado al azar. A partir de esa imagen, pretende
reconstruir una historia de una pareja, de un tercer
hombre. No en vano Michel es traductor: intentará
traducir la imagen a palabras; intentará reponer
allí una historia para los personajes que ella
involucra. Este cuento de Cortázar fue utilizado
como disparador de la película de Michelangelo
Antonioni, Blow up.
EL GENEALOGISTA Y LA ESENCIA DE LAS COSAS
¿Quiénes son las personas involucradas
en las imágenes de Eduardo Álvarez? El
genealogista, dirá Michel Foucault, es quien
tiene por tarea la deconstrucción de la coherencia
construida por una determinada identidad. El Yo debe
entenderse desde la disociación que lo hace pulular
en diversos lugares, desde sus mil acontecimientos ahora
perdidos. Buscar la procedencia no se refiere a fundamentar
sino, por el contrario, a fragmentar lo que se piensa
unido. El genealogista terminará por entender
que las cosas no tienen esencia o que, en todo caso,
“su esencia fue construida pieza por pieza a partir
de figuras extrañas a ella.”
Aquí encontramos una nueva referencia al bricollage:
como en El estudio de Courbet, todo lo que
aparece constituyendo al Yo proviene de recortes de
otros lados.
AUTORRETRATO EN EL TALLER
En los autorretratos de Álvarez, el artista es
capturado no ya posando -como en otros de los grupos
que aparecen en sus instantáneas-, sino que es
sorprendido en la intimidad de su taller. La paradoja
aquí es que es el propio artista el que se sorprende
a sí mismo. Se encuentra de pronto siendo ahí,
en su lugar de trabajo. En definitiva, en todos lo casos
se trata de ensayar una respuesta a la pregunta: ¿cómo
entender esta realidad que nos es dada? o lo que es
lo mismo, ¿cómo leer esa imagen que soy
yo?
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