Belén Gache

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   Eduardo Alvarez: La imposible lectura de la realidad

 

Catálogo para la exposición de Eduardo Alvarez, Galería Ruth Benzacar, Buenos Aires, julio de 1998

 

 

LA IMPOSIBLE LECTURA DE LA REALIDAD
Las pinturas de Eduardo Álvarez responden deliberadamente a la misma lógica de la instantánea fotográfica. Desde sus telas, diferentes personas nos muestran sus gestos apacibles, congelados. Imágenes cotidianas, azarosas, inocuas. Sin embargo, por algún motivo uno se siente incómodo: detrás del inocente aspecto de las mismas parece esconderse una dimensión misteriosa, perversa. En todo caso, ¿quiénes son estas personas? ¿qué es lo que están haciendo?

COURBET. DEL BRICOLLAGE AL TALLER DEL ARTISTA
Para Gustav Courbet, el realismo constituya un principio más moral que estético: no se trataba de una cuestión de devota imitación sino de la simple necesidad de constatar la realidad encarándola fenomenológica y directamente, sin aprioris ni prejuicios. Courbet pintó su autorretrato El estudio, en 1855. El artista aparece allí en su taller rodeado por una serie de personajes entre los que se encuentran Proudhon, Baudelaire y Champfleury. Pero también están allí un cazador, un sacerdote, un enterrador, un apyaso y una pareja burguesa. ¿Qué hacen allí estas personas? Tomando a cada una de ellas en su contexto particular, Courbet realiza su cuadro como si éste fuera un calidoscopio, combinando diferentes fragmentos y recortes. Como un bricolleur, elabora estructuras a partir de la elección y combinación de acontecimientos o, en todo caso, de residuos de acontecimientos.

EL UNIVERSO PERTURBADOR
Un siglo después, Balthus -el enigmático conde Balthasar Klossowski de Rola- confiesa que, aunque se inclina hacia el surrealismo, modela siempre su pintura según la tradición del realismo de Courbet. Bajo la apacible apariencia de lo cotidiano, Balthus nos muestra un universo ambiguo y trágico. Al igual que sucede con las pinturas de Álvarez, sospechamos que leer sus pinturas a partir de sobreentendidos sólo puede llevarnos a malinterpretarlas. Ya no se nos aparece tan simple “la simple constatación de la realidad” de la que hablaba Courbet.
Y es que el hombre busca siempre significar, poner nexos, ordenar, encontrar la narratividad implícita detrás de una imágen. Es como si su propia naturaleza lo llevara a pasar de lo visible a una significación articulada, a encontrar las relaciones entre las partes y el todo, entre el efecto y la causa. La cuestión es saber si uno está utilizando los nexos adecuados o, en todo caso, si las palabras pueden o no dar cuenta de esa realidad.

Las babas del diablo, el cuento de Julio Cortázar, comienza con las siguientes palabras; “ Nunca se sabrá cómo hay que contar esto.” En él, Roberto Michel, un traductor y fotógrafo aficionado, intenta describir una imagen fotográfica que ha tomado al azar. A partir de esa imagen, pretende reconstruir una historia de una pareja, de un tercer hombre. No en vano Michel es traductor: intentará traducir la imagen a palabras; intentará reponer allí una historia para los personajes que ella involucra. Este cuento de Cortázar fue utilizado como disparador de la película de Michelangelo Antonioni, Blow up.

EL GENEALOGISTA Y LA ESENCIA DE LAS COSAS
¿Quiénes son las personas involucradas en las imágenes de Eduardo Álvarez? El genealogista, dirá Michel Foucault, es quien tiene por tarea la deconstrucción de la coherencia construida por una determinada identidad. El Yo debe entenderse desde la disociación que lo hace pulular en diversos lugares, desde sus mil acontecimientos ahora perdidos. Buscar la procedencia no se refiere a fundamentar sino, por el contrario, a fragmentar lo que se piensa unido. El genealogista terminará por entender que las cosas no tienen esencia o que, en todo caso, “su esencia fue construida pieza por pieza a partir de figuras extrañas a ella.”
Aquí encontramos una nueva referencia al bricollage: como en El estudio de Courbet, todo lo que aparece constituyendo al Yo proviene de recortes de otros lados.

AUTORRETRATO EN EL TALLER
En los autorretratos de Álvarez, el artista es capturado no ya posando -como en otros de los grupos que aparecen en sus instantáneas-, sino que es sorprendido en la intimidad de su taller. La paradoja aquí es que es el propio artista el que se sorprende a sí mismo. Se encuentra de pronto siendo ahí, en su lugar de trabajo. En definitiva, en todos lo casos se trata de ensayar una respuesta a la pregunta: ¿cómo entender esta realidad que nos es dada? o lo que es lo mismo, ¿cómo leer esa imagen que soy yo?